domingo, 24 de mayo de 2015

Citronella

Ruidos de cuidad a través de la ventana abierta.

Sabías que hoy terminaría aquí, garabateando estupideces. Musiquita y luz de vela.

Tanta cosa en tan poquitos días. Tanta estrella llevas puesta en la silueta que me sigue deslumbrando. Tantas ganas de gritarle a todo que no se atreva ni a tocarte (I'd burn cities to the ground). Tanta gratitud entre mis manos cuando los miro a ti y al resto de mi gente.

Me viene a la cabeza un verso viejo que ya está medio olvidado donde hablaba yo de paredes como vientre entre las cuales estar tan a salvo del mundo--¿cómo iba? Hmm, debería traer también mis mil cuadernos de versitos random.

Paredes como vientre, digo, entre las cuales el tiempo lleva otro paso y el aire que dejamos entrar se lleva los pelusos que se juntan en la semana.

De repente queda un poquito más claro este show de los recién casados: la magia de construirse un mundo que sea sólo de uno. O, mejor, de dos.

Se me llena el ojito de agua y me detengo. Es un miedo parecido al que infunde el fuego desde tiempos de los primeros hombres este sentir que si soy demasiado feliz todo se me irá de entre las manos. Este miedo primigenio de que la luz que hipnotiza no sea lo que parece si la miras muy de cerca o a lo largo de los días.

Ahuyento a punta de toses la niebla cerebral. Demos pasitos, corazón, que no entendemos nada de la vida a gran escala.


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