El desprecio con el que habló de la adolescencia. Sus gestos de diva muy bien aprendidos. Tanto sentirme marioneta ante sus ojos. Las alas que me regaló y que luego se quemaron.
Me abotono la camisa. Busco el otro calcetín. La miro dormir mientras me da la espalda.
Arranco una por una mis espinas oxidadas.
Suspiro y me siento un poco más ligero. Algo de purificante debe haber en el roce de los cuerpos. Salgo sin cerrar la puerta.
Pff, de haberlo sabido, habría intentado esto hace tantos años.
La ciudad dormita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario