domingo, 25 de mayo de 2014

Sudaca

La gente que conozco. Que me obliga a venir a tirar algunas líneas en su honor. Pienso en lo libre de sus piernas. En su cabello. En la fuerza de su mirada. Me pone a pensar en las ganas que tengo de no rendirme nunca. En lo mucho más hippie que era antes. En mis morralitos olvidados. En mis mascadas para la cabeza. ¿Qué diablo estoy haciendo ahora? ¿En qué momento boté los huaraches por los tennis? Jamás por moccasines. ¿Qué pasó con los mil trapos para la cabeza? Ahora sólo sé amarrarme el pelo con una pinza y salir corriendo. ¿Qué diablo estoy haciendo? Mis faldas largas llevan siglos en el clóset. Ahora puros jeans y playeras de concierto. ¿En qué momento?

Y pienso en arena y en viajes y en comerme al mundo. En verlo todo. Quizá habría también que comprarse alguna casa para rentarla mientras uno anda por ahí perdido. Quizá habría que seguir ahorrando para viajes pero también dinero para cuando uno sea viejo. Añoro la certeza que tienen sus pasos. La seguridad. Me acuerdo de otro que me dijo que los veintes son para andar perdido y los treintas son para disfrutarlo todo un poco más; con las patitas mejor plantadas en el piso.

A pesar de lo firme de tu paso y de la precisión de tus gestos no dejo de querer que el mundo no te toque. Porque así es una. Porque no sé querer a la gente de otra manera.

Por lo pronto me preparo una chelita con clamato y doy las gracias a dios (con minúscula, porque es el mío; ése que sólo me sirve para tener a quién dedicarle mis agradecimientos) por encontrarme rodeada de mujeres guapas e inteligentes; fuertes y femeninas; sexys como la chingada y brillantes también como la chingada. Suspiro. A por la chela.



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