Esta maldita necesidad no correspondida de saber que estás. Quién sabe dónde, quién sabe cómo, pero que estás. Necesidad que cuando niña se satisfacía viendo al acosado en turno todos los días en la escuela. Prestarle mi pluma. Mis apuntes ñoñisimos.
Ahora los tiempos son distintos. Checar Whatsapp frenéticamente. O Google Talk. O el chat de Facebook. Pero sigue siendo lo mismo; este tener que saber que sigues existiendo. La misma angustia chiquita en la boca del estómago. Igual de no correspondida que siempre.
No, no que me queje de la falta de reciprocidad, que parece serme tan natural. Simplemente me sorprendió el cambio en las formas.
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