domingo, 15 de julio de 2012

Patadas domingueras

Domingo tranquilo. De lluvia. Por acá, cada quién con su música, arreglando sus cosas. Pensando quién sabe qué cosas inalienables e intransferibles. Cocinando ideas para luego compartirlas a la hora de la comida. Domingos en mi casa.

Hoy me cayó el veinte que cuando viva sola voy a extrañar estos días de no hacer nada; de ensimismamiento colectivo con mi gente. Tan cómodo. Y es que no ha de ser lo mismo arreglar un cuarto en un departamento donde sólo viven una y sus conejos (ah, porque cuando viva sola voy a tener conejos) que rodeada de la gente que más quiere.

Quizá cuando acabe saliéndome de aquí me mude a un departamento cruzando la calle. Así han sido todos los cambios en mi vida; como de mentiritas. No tengo la más mínima intención de salirme de mi casa. A veces me faltan el aire y el espacio. Pero ¿por qué querría vivir en otro lado si aquí estoy tan a gusto?

Leía el blog de una amiga y me acordé de mi pseudónimo de adolescente: Seulée Eternelle... (Me gusta mucho más escrito que hablado.) Luego me enamoré y me cambié de nombre. Pero hoy vuelvo a ser sólo yo. Mucho menos insegura. Menos aprehensiva. Más él.

Hay cosas que están cambiando y para no volverme loca estoy tratando de ir poquito a poco; para no perderme de vista y acabar soltando patadas a diestra y siniestra. Porque de repente parezco caballo desbocado.

Por lo pronto me da la cursilería de escuchar el rock'n roll de mi papá desde la sala y la voz de Lady Gaga en el cuarto de Diego y los pasos siempre con prisa de mi mamá. La cursilada de tomarme unos segundos y sonreír abiertamente. ¿Qué carajos voy a hacer con mis domingos cuando ya no viva aquí y así?

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