miércoles, 17 de octubre de 2012

ADOLESCENTE

 Wislawa Szymborska



¿Yo, adolescente?

Si de repente, aquí, ahora, se plantara ante mí,

¿tendría que saludarla como a una persona próxima,

a pesar de que es para mí extraña y lejana?



¿Soltar una lágrima, besarla en la frente

por el mero hecho

de que tenemos la misma fecha de nacimiento?



Hay tantas diferencias entre nosotras

que probablemente sólo los huesos son los mismos,

la bóveda del cráneo, las cuencas de los ojos.



Porque ya sus ojos son como un poco más grandes,

sus pestañas más largas, su estatura mayor

y todo el cuerpo recubierto de piel

ceñida y tersa, sin defectos.



Nos unen, es cierto, familiares y conocidos

pero casi todos están vivos en su mundo,

y en el mío prácticamente nadie

de ese círculo común.



Somos tan diferentes,

pensamos y decimos cosas tan distintas.

Ella sabe poco,

pero con una obstinación digna de mejores causas.

Yo sé mucho más,

pero, a cambio, sin ninguna seguridad.



Me muestra unos poemas

escritos con una letra cuidada, clara,

que no tengo ya desde hace tiempo.



Leo y leo esos poemas.

A lo mejor este de aquí,

si lo acortáramos,

y lo corrigiéramos en un par de lugares.

El resto no augura nada bueno.



La conversación no fluye.

En su pobre reloj

el tiempo es barato e impreciso.

En el mío mucho más caro y exacto.



Al despedirnos nada, una especie de sonrisa

y ninguna emoción.



Sólo cuando desaparece

y olvida con las prisas la bufanda.



Una bufanda de pura lana virgen,

a rayas de colores,

hecha a ganchillo

por nuestra madre para ella.



Todavía la conservo.

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